Ariel se estaba probando, ilusionada su traje de novia. Por fin se casaría con Eric, su príncipe, su amor. Salió de su cuarto en busca de Sebastián, para que le diera el visto bueno antes de la boda, que se celebraría la mañana siguiente.
Bajó al rellano, camino a la cocina, en busca de su rojo amigo, cuando se encontró, de golpe, a Eric besándose con una chica, a quien Ariel creía no conocer.
-¿Eric? - Musitó casi sin voz y los ojos llorosos.
La chica misteriosa se giró.
-Hola hermanita... - Dijo su hermana Arista.
-¿¡Arista!? - Gritó llorando sin consuelo - ¿Qué está pasando aquí?
-Perdona cariño, pero yo no me llamo Arista.
-Ella se llama María. - Le dijo Eric, con los ojos desenfocados y un deje pasota en la voz. - Y ya no me quiero casar contigo.
Ariel vio entonces en los ojos de Eric algo de lo que no se había percatado antes: Era como si el embrujo tuviera un color y éste estuviera en sus ojos. Eric no actuaba por voluntad propia. O eso quería creer Ariel.
-Eric, ¿estás borracho? ¡Eric, dime qué te pasa! - La desesperación invadía su alma a pasos agigatados.
Ariel lo veía todo borroso a causa de las lágrimas que inundaban sus ojos y su corazón.
-Sí, lo he emborrachado con la más terrible de las lujurias. Ahora es mío. Y sí, ahora ya no me llamo Arista, ahora me llamo María.
Y Ariel se desmayó sin remedio, con aquella última palabra en su mente:
María.